Alguna vez que otra hemos guardado algo en casa con la sensación de que almacenaríamos un objeto que jamás necesitaríamos y que mas tarde o más temprano acabaría en la basura. Las mudanzas ponen de relieve la cantidad de cosas absurdas e inútiles que atesoramos bajo la creencia de que nos servirá el día de mañana y a la que añadimos un valor que jamás lo tuvo.
Y es que hasta con problemas de espacio nos gusta apilar montañas de desperdicios, de recuerdos que no lo son, de amuletos de la infancia que queremos olvidar pero que ahí están, creamos inconscientemente la mayor de las oficinas de objetos perdidos de nuestra vida.
Nos dejamos embaucar por Diógenes con una facilidad sorprendente. Aún hay gente que conserva los Juegos Reunidos desde los 11 años, dicen que para cuando sus hijos quieran jugar. Sus hijos, los hijos de hoy, no saben que es el parchís, ni las damas, ni el juego de la oca, no alcanzan a comprender cómo pudimos tener juegos sin píxeles, sin resolución de pantalla, sin posibilidad de jugar on line.
Al final, una caja de cartón sellada con cinta adhesiva, contendrá el definitivo adiós a años de conservación en altillos de ropero, en trasteros con olor a humedad. Sin embargo, tendremos la sensación de que nos deshacemos del mayor de los tesoros.
Luego queda la tranquilidad de que al menos siempre recordaremos todos esos cachivaches, que no olvidaremos los momentos que disfrutamos con ellos. Es el inicio de un funeral que arranca con el duelo, el momento en que aún sentimos la pérdida.
Pero el paso de los años nos reportará nuevos momentos de guardar por guardar, ya no esconderemos nuestros juegos, llegará el momento de guardar los juegos de nuestros hijos, y serán éstos los que tendrán que deshacerse de ellos el día de mañana. Así generación tras generación, la historia se repetirá, y a nuestros nietos tocará el turno de arrojar al olvido las cosas de papá.
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