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martes, 27 de mayo de 2008

Cuatro simpáticos regalos

Los años van pasando y a uno le van surgiendo sobrinos y ahijados por doquier. La llegada de un nuevo miembro a la familia no deja de ser un acontecimiento que se escapa a nuestro entendimiento. Sabemos que ese pequeño ser tendrá una relación de parentesco con nosotros y pronto aprenderemos a decir sobrino o ahijado.

Los primeros días de existencia hay una especie de pugna entre los familiares por querer ser el favorito del recién nacido, como si el recién llegado pudiese elegir o tuviese capacidad cognitiva para ver lo mejor de cada uno. Se forman los primeros remolinos entorno al bebé, los primeros agasajos, empieza a escucharse el primer parecido al padre, a la madre o hasta el abuelo. Yo en ese tema prefiero no entrar, un bebé solo tiene cara de bebé, y nunca le podré encontrar parecido al arrugado rostro del abuelo, pero eso son otras cosas.

Y es que disfrutar se disfrutan. Una simple sonrisa o un simple amago de ello, nos coloca en la cúspide como encantador de niños. Cuando tienes a uno de ellos entre tus brazos empiezas a tener conciencia real de la ternura que desprenden sus manitas, sus pequeños dedos del pie, su fija mirada en ti, explotan en ti una serie de sensaciones que algunos exteriorizamos mas que otros.

Y cuando llegan las primeras palabras surge la lucha de los que estamos a su alrededor por intentar enseñar a decir nuestro nombre el primero, como si no hubiese tiempo. El niño se ve rodeado de adultos que gritan al unísono cada uno su nombre, al final, el primer nombre que salga de su joven voz, será el agraciado. Casi siempre mami o papi, para descontento de titos y titas.

Sin embargo, todo se perdona, al final habrá tiempo para jugar con ellos, para enseñarles todo tipo de muecas, juegos y locuras que no buscarán sino una sonrisa del pequeño. Aunque también los veremos llorar y extenderemos nuestros brazos para que él haga lo mismo hacia nosotros, y eso, pues, gusta.

Sin duda alguna, la llegada de un sobrinito abre una ventana de esperanza, un alto en el camino a la monotonía, son el mejor regalo para un mundo lleno de rutinas, de estereotipos sociales, de acomodados aburrimientos, etc.

Uno tiene la suerte de estar entre los agraciados, de poder oir mi nombre en boca de estos enanos encantadores a los que hoy pongo nombres: Alvaro, Carlos, Miguel y Alba.