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jueves, 19 de junio de 2008

Vivencia en soledad

Enfrentarse a la realidad no siempre es fácil, a veces hasta preferimos dar la espalda a lo que es más que un hecho evidente. El ser humano tiene todas las defensas posibles a disposición en momentos difíciles. La psique se pone a trabajar de forma automática para generar armas defensivas que procuren mantener la serenidad y tranquilidad interior.

Hasta la necesidad de compañía para evitar silencios y soledades descabelladas que nos lleven a estados de ansiedad puede suponer el mayor de los disfrutes cuando ni siquiera nos salen las palabras del alma.

Miedos, temores, tendencia a huir de la preocupación que nos embarga no son más que una sucesión de situaciones que se agolpan de forma inconsciente y que casi parece imposible rechazar.

Son momentos en los que en el horizonte más inmediato se dibuja una oscura neblina que no nos deja posibilidad alguna de percibir halos de optimismo, comenzamos a adentrarnos en el túnel que nos llevará a ninguna parte.

Secuelas de toda una vida, frustraciones traídas al presente, dudas que asaltan a nuestra mente sobre un inevitable devenir de lo que casi parece ya irremediable. Se siente la necesidad de dar un salto agigantado en el tiempo y ser uno mismo espectador de lo que deparaba ese futuro que ahora mismo no acertamos ni siquiera a imaginar.

Sólo aferrarse a lo divino puede darnos un hilo de esperanza. Curioso, precisamente en estos momentos, lo divino se hace cada vez mas terrenal, o al menos eso pedimos con la cobardía del miedo.