Hoy he tenido que acudir a las urgencias de un hospital, les aseguro que soy un poco miedoso con estas cosas. Se trataba de una simple anemia por falta de hierro, pero ya se sabe, uno entra por la puerta de un hospital y solo Dios sabe que le harán a uno y que más cosas tendrá que sufrir.
En una sala de urgencias uno se siente como alguien en “corral ajeno”, no sabe ni donde dirigirse, si debe esperar para que te atiendan a que antes sean atendidas las muchas personas que allí hay, o si uno pasará en función de la gravedad del tema. La cuestión es la incertidumbre que se crea una vez allí dentro. A esto hay que unir los nervios que se acumulan en el estómago por todo esto.
Cuando escuché mi nombre por megafonía sentí la alegría de que por fin me toca...pero al mismo tiempo el miedo de...ahora me toca a mi y qué pasará. Bueno, pues con todo ese cúmulo de sensaciones me dirijo a la consulta nº3, allí una doctora, joven y agradable me hace las preguntas oportunas y uno contesta veloz por el ansia de saber que va a ocurrir.
Me dice la doctora que me tumbe en la camilla, mi pulso se acelera, allí tumbado, casi desprotegido, me empieza a palpar el estómago. A continuación me ausculta el pecho con especial hincapié en el corazón, éste quedó helado al apoyar el frío fonendoscopio.
Una vez terminadas estas sencillas pruebas pasamos a su mesa y comienza la doctora a teclear en su ordenador, lo hace tranquila, impasible, como si no estuviese yo allí. Escribe con semblante serio pero no preocupado, yo mientras tanto ante su silencio y falta de diálogo, intento adivinar que escribe, para ello giro disimuladamente el cuello para alcanzar a ver la pantalla del ordenador. En ese momento ella alza la vista, me mira, y como conociendo mi curiosidad, me empieza a explicar lo que se me va a hacer a continuación.
Me dice que se me va a poner hierro por vía intravenosa para paliar los bajos niveles existentes. De esa consulta salgo de nuevo hacia la sala de espera. Minutos mas tarde, de nuevo mi nombre por megafonía. En este caso, me asignan la consulta nº2. Al entrar descubro a tres jóvenes ATS que charlan amigablemente entre ellas, una con el móvil dialoga a escondidas. Era la consulta donde me abrirían una vía para introducirme el ansiado hierro.
Entre dos de ellas se disputan quien será la que lo haga, en ese momento, lógicamente, rezaba porque lo hiciera la de más experiencia. Se decide una de ellas y sinceramente no dolió. Terminado esto, de vuelta a la sala de espera. Una vez allí, la otra ATS en disputa, me coloca una sonda donde gota a gota iba cayendo un líquido color “vino dulce” que sería el hierro que mi organismo echaba en falta.
Durante cincuenta minutos estuve engullendo ese líquido. Mientras tanto, las ambulancias no paraban de llegar, lo que vi allí, no se los voy a contar, pueden imaginar que nada agradable.
Finalmente, cuando la sonda se agota, me dan el alta, y feliz como si curado estuviese, salía por la puerta. De nuevo el sol de la primavera me inundaba, el frío de la climatización desaparecía.
Sigo teniendo el mismo miedo que al principio, he sido atendido bien, pero no quiero volver.
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