Cuando acudimos a sitios con mucha concurrencia, es posible que nos encontremos con variedad de estilos de moda, distintas clases sociales, diferentes nacionalidades y cómo no, infinidad de historias trascendentales o aburridas según la inquietud de cada uno.
Así ocurre en los hospitales, los pasillos habitualmente frecuentados por el bullicio de pantalones y batas blancos, limpiadoras con sus carritos, pacientes con sus muletas, despistados que buscan un número de consulta inexistente....y es ahí donde si prestamos atención, podremos oir mil y una historias con final feliz y no tan feliz.
En Andalucía hay cierta tendencia a que los pacientes tengan unos conocimientos de medicina muy altos, o al menos así lo creen ellos; por ello, al salir de las consultas ellos mismos dan su propio veredicto: “esto es pa ná” o “eso es que ya man perdío otra vez los análisis”. La cuestión es que a veces somos testigos de charlas entre pacientes que no se conocen de nada pero que las esperas en los pasillos hacen entablar raras amistades.
La similitud de enfermedades entre pacientes provocan la curiosidad de ambos. Así uno interroga al otro para intentar averiguar la verdad de todo como si el galeno de turno no tuviese mucha idea del asunto. Somos así, un testimonio de uno de los nuestros es mas de fiar que el de un especialista...lástima de cinco años de carrera universitaria más tres de especialidad.
A veces creo que se dan más diagnósticos en los pasillos que en las consultas, así no hay que extrañarse que España sea uno de los países donde más nos automedicamos. Y es que si a Pepe le va bien con esas cápsulas a mi no me puede hacer ningún mal. Somos así, tendemos a desconfiar del doctor, ya que , parece que este señor lo único que pretende es llenarnos el estómago de pastillas y tenernos siempre con pruebas y análisis.
Los pasillos de nuestros hospitales están llenos de verdaderas historias de medicina urbana, de ensayos con cobayas humanas, de aglomeraciones de contraindicaciones de la vida y de pacientes diplomados.
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