En el actual paisaje urbano es habitual encontrarse con diversos y peculiares personajes a los que nos hemos acostumbrado a hacerlos presentes en nuestras vidas. Mendigos, músicos callejeros, gitanas que nos regalan su buenaventura, loteros que vociferan la suerte...y los mimos.
Los mimos son quizás de las más recientes actitudes aparecidas para recaudar una limosna. A caballo entre la interpretación y la puesta en escena, permanecen impasibles e inmóviles ante el paso de la muchedumbre. Llegan a crear auténticos corros de devotos que durante interminables minutos permanecen atentos esperando un movimiento en falso del maniquí humano.
Es una forma de estar ausente de la realidad, el mimo desconoce el avance de las manecillas del reloj, sus hojas del calendario tienen todas el mismo número, sus semanas tienen miles de días.
Todos somos un poco mimos, dejamos pasar el tiempo sin aportar nada al ciclo de la vida, no actuamos porque no queremos interferir en el curso de la historia, una historia que parece que son otros la que la escriben. Si Colón no hubiese emprendido un viaje colonizador quizás hoy las patatas fritas serían un producto de lujo por los costos de la importación.
Un ejemplo simple de hasta donde pueden llegar las consecuencias de la actuación humana, a veces un gesto insignificante puede acarrear un conflicto internacional, así la reciente expresión regia “¿por qué no te callas?” puso en la cuerda floja las relaciones de dos países como España y Venezuela.
Pienso que deberíamos de abandonar el rol de mimo que cada uno de nosotros hemos desempeñado alguna vez y que algunos llevamos dentro, y lograr encontrar cauces que hagan valer nuestra libertad de expresión y actuación. La vida no debe tener trabas ni censuras para una humanidad que dentro de unos siglos seguirá siendo estudiada por los más jóvenes.
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