Son curiosas las reacciones que el ser humano tiene ante situaciones que se dan en la vida cotidiana. A veces parece que todos estamos creados a partir de una misma célula y por ello la homogeneidad en las actitudes que tenemos frente a determinados estímulos.
Quién no ha reaccionado con miedo cuando conduciendo por una carretera de pronto ve como un control de la guardia civil se divisa a lo lejos...lo primero ponernos rápidamente el cinturón de seguridad si no lo llevamos puesto, bajamos el volumen de la radio, cogemos el volante con dos manos y dejamos de apoyar el codo en la ventanilla, levantamos el pie del acelerador y al pasar a la altura del control todos ponemos cara de no haber roto un plato nunca. Curioso ¿no? No llego a comprender el porqué de esta serie de gestos, quizás por miedo, por respeto, por pánico....Eso sí, una vez que nos hemos alejado del control, de nuevo codo en ventanilla, aceleramos y subida de volumen. Por cierto, sobre el volumen de la radio no hay nada legislado de momento.
Cuando tenemos nuestro vehículo aparcado bajo un edificio en el que un vecino está pintando, parece como si deseásemos que una sola gota de pintura caiga sobre la chapa impoluta de nuestro coche para liar la de San Quintín. Revisamos cada diez minutos el coche, y nada, no hay pintura. Pero que ganas de que ocurra el milagro para enfrentarnos al vecino pintor. Así somos. Antes de cambiar de ubicación el coche preferimos esperar haber si hay suerte.
Si estamos en un pub tomando una copa con nuestra chica y junto a nosotros hay una pandilla de jóvenes un tanto etílicos, soñamos con el empujón a la chica por parte de uno de ellos para salir en defensa desmedida de nuestra chica. A veces casi queremos que la chica se acerque más a ellos para favorecer el encontronazo.
En días de lluvia, cuando no hay mas remedio que usar nuestro viejo paraguas y acudimos a una cafetería, a la entrada, depositamos nuestro paraguas en el paragüero, con desconfianza, por el temor a que se lo lleven por equivocación, eso si, a pesar de que lo tenemos destrozado y nos costo tres euros en los chinos.
Y como dejar sin revisar la factura de un restaurante, ansiosos por encontrar un fallo en la misma. La releemos en busca de algún plato no pedido o alguna bebida no consumida. Y cuánta felicidad cuando hallamos un error, esa ración de queso que no hemos probado y por la que pretenden cobrarnos doce euros. Es momento de humillar al camarero con todas nuestras fuerzas.
En resumidas cuentas, nos obsesionamos por las mismas cosas, a pesar de que en la mayoría de los casos no estemos mas que ante una perdida soberana de tiempo.
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